Fernando Prieto, miembro del patronato de la Fundación AREA XXI, ha publicado en la edición de Julio – Agosto 2016 de la Revista Aseguranza un artículo sobre incubadoras de empresas tecnológicas y el sector asegurador. El artículo está disponible a través del siguiente enlace: A incubar!. Fundación AREA XXI. El artículo completo:

 

A incubar!

 

Según el diccionario de la lengua española de la RAE el significado de incubar es:

  1. tr. Dicho de un ave u otro animal ovíparo: Calentar los huevos, generalmente con su cuerpo, para que nazcan las crías. U. t. c. intr.
  2. prnl. Dicho de una enfermedad: Desarrollarse desde que se contrae hasta que aparecen los primeros síntomas.
  3. prnl. Dicho de una tendencia o de un movimiento cultural, político, religioso, etc.: Iniciar su desarrollo antes de su plena manifestación.

Y este es el término que estamos utilizando cuando nos referimos al soporte que empresas o inversores prestan a aquellos proyectos o sociedades recién constituidas que, con el apoyo adecuado, pueden convertirse en un modelo de negocio rentable y con grandes posibilidades de crecimiento, al menos en lo que a creación de valor se refiere.

Este proceso de incubación está siendo una de las piezas claves de la adaptación de las empresas a la nueva situación del mercado, donde las nuevas tecnologías y los nuevos modelos de relación de los consumidores hacen que el entorno se transforme tan rápido que una organización por si sola difícilmente podría seguir el ritmo.

La información se multiplica cada minuto, y la velocidad con la que dicha información fluye era imposible de soñar hace apenas 10 años. El tiempo y el conocimiento son recursos clave en el nuevo entorno.

No parece que haya una fórmula mágica e infalible para adaptarse a esta situación, pero lo que sí está ocurriendo es que ideas novedosas, basadas en el uso de las nuevas tecnologías y a veces extremadamente simples, pueden ayudar a las empresas (incluso a las más grandes) a dar saltos importantes en la carrera por estar al día.

Si una empresa, se toma suficientemente en serio la innovación, fomentará que todo su equipo aporte ideas para mejorar su funcionamiento, soportará económicamente aquellas ideas que considere productivas y las implantará tan pronto como sea posible. Sin duda, este proceso es imprescindible para la correcta evolución de la empresa, pero no suficiente. Lo recursos que dedicaremos son limitados, tanto en lo que se refiere a número de personas implicadas, como a sus conocimientos del mercado actual.

Sin embargo, fuera de nuestro micromundo (entendiendo por tal una empresa, un sector o incluso un país), hay un montón de gente que conoce mucho mejor el mercado actual o que incluso inventa como va a ser el mercado futuro. Y no necesariamente son ingenieros de la NASA. Hemos visto en numerosas ocasiones que ese liderazgo en generar grandes ideas está en manos de jóvenes inquietos, trabajando-jugando en un garaje…

Ellos tienen conocimiento y empuje, y tan solo necesitan algo de apoyo para poner sus proyectos en marcha.

Para complicar un poco más la situación, hay que tener en cuenta que las empresas están más o menos acostumbradas a abordar grandes transformaciones operativas o tecnológicas soportadas en la utilización intensiva de, al menos, dos recursos: dinero y tiempo. Sin embargo, realizar modificaciones ágiles, respondiendo a nuevas demandas del mercado en días, no ha sido la práctica habitual.

El nuevo modelo de mercado acepta de buen grado que sigamos utilizando intensivamente el dinero, pero no da ninguna opción sobre el tiempo. Si la transformación requiere meses, nacerá obsoleta.

Por tanto, en este nuevo entorno, la posibilidad de adquirir conocimiento y tiempo se convierte en una herramienta estratégica básica. La dificultad está en cómo hacer esta adquisición.

Las incubadoras de empresas parecen un modelo muy adecuado. Son estructuras que ponen a disposición de los padres de la idea aquellos recursos necesarios para desarrollar el proyecto, supervisan la gestión del mismo y colaboran en la comercialización del producto final, poniéndolo a disposición del mercado.

Este modelo es sin duda beneficioso para todo el mundo, ya que además de generar importantes beneficios para creadores e inversores (cuando la idea funciona, claro), también trae al mercado productos que ayudan a las empresas a adaptarse al nuevo entorno, a cambio de un precio que habitualmente se paga con gusto, sin consumir recursos internos y a una velocidad muy superior a la que la propia entidad podría haberlo llevado al mercado.

El problema es que las empresas no eligen. Su actitud es pasiva. Si alguien crea un producto interesante lo adquiero, pero no dirijo hacia donde quiero que vaya la innovación. No incubo mis propios polluelos.

Por ello, si bien los modelos de incubadora soportados por inversores son intrínsecamente buenos para el mercado y garantizan acceder a un mundo de conocimiento mayor, también tienen importancia aquellas incubadoras soportadas por empresas, asociaciones de empresas o sectores enteros. Este modelo, puede ayudar a que nuestras empresas permanezcan actualizadas con un conocimiento al que de forma independiente no tendríamos acceso y a una velocidad mayor que la que conseguiríamos desarrollando dicho conocimiento internamente.

La fórmula debe ser la que se adapte mejor a la capacidad de cada empresa (amparados en instituciones sectoriales, solos, en colaboración con socios o incluso de la mano de competidores), pero difícilmente estaremos en condiciones de competir en el entorno actual usando sólo el conocimiento que ya tenemos en la empresa. Debemos promover vías para incorporar a nuestra estructura productiva un conocimiento que cambia prácticamente cada día. No conseguiremos tener esa capacidad sólo con nuestros recursos… Es en esa línea donde la FUNDACIÓN AREA XXI aporta su granito de arena apoyando estas iniciativas, a las cuales os animamos a que os suméis

Hay muchas opciones para conseguir esto, pero el desarrollo de incubadoras orientadas a hacer competitivo nuestro negocio debe ser una de las opciones que consideremos.

Con permiso de don Miguel de Unamuno, no debemos caer en lo de ¡Qué incuben ellos!