La necesidad de seguridad es inherente a la persona. Conforme las sociedades humanas empezaron a desarrollarse, el hombre comprueba que existen circunstancias en que puede perder sus bienes, total o parcialmente, y observa asimismo que, para desarrollar sus actividades comerciales, ha de buscar algún tipo de protección económica para afrontarlas. Éste es el inicio incipiente de la idea del seguro, a veces de maneras bien curiosas.

Los comerciantes chinos repartían sus mercancías entre las distintas embarcaciones de la expedición que descendía por los grandes ríos continentales, de modo que si una de ellas naufragaba, ningún comerciante resultaba arruinado, perdiendo cada uno de ellos una parte de sus bienes. Soluciones parecidas se adoptaron los mercaderes árabes en sus caravanas de camellos.

En el siglo XVII a.C. el Código de Hammurabi promovía la creación de una asociación que procuraba una nueva nave a los mercaderes que perdían la suya a causa de una tempestad y un nuevo asno al mercader que había perdido el suyo.

En la antigua Grecia aparece el primer mercado de seguros con un sistema informativo propio. Aparece el contrato de “préstamo a la gruesa”, por el que el prestamista debe perdonar el préstamo dado al comerciante para financiar un viaje marítimo si el barco se perdía.

En el siglo IX a. C. las Leyes Rodas establecían las bases del procedimiento de la avería gruesa. Y fueron adoptadas por el derecho romano de modo que en la Digesto de Justiniano.

La principal aportación romana al seguro fueron las sociedades de enterramiento (“collegia tenuirorum”), fundadas en la época del Imperio, constituyendo un antecedente de los seguros de vida y enfermedad. Existían tablas de valoración que tenían en cuenta la edad y la esperanza de vida del individuo.

En la Edad Media europea existen asociaciones de ayuda mutua de carácter gremial. Son destacables las “guildas” en Alemania y otros países. Implicaban un compromiso de ayuda mutua en caso de incendio o naufragio.

Durante los siglos XII a XIV se produjo un gran desarrollo del transporte marítimo y de modo paralelo se desarrolló su aseguramiento, apareciendo modalidades que permitían a los mercaderes asegurar sus productos contra incendio y robo cuando participaban en ferias locales.

La Decretal del Papa Gregorio IX el año 1230 supuso un punto de inflexión trascendental para el seguro, al prohibirse el préstamo con “usura”, lo que conllevó la desaparición de los préstamos a la gruesa y el desarrollo de los seguros como los conocemos modernamente.

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La palabra “assecuramentum” aparece en un decreto del Dux de Venecia en 1309. El contrato de seguro marítimo moderno más antiguo data de 1349 y está registrado en el Archivo Notarial de Génova.

En 1345 se publican las Ordenanzas de Barcelona (recogidas en el Llibre del Consolat de Mar), que contienen la reglamentación de seguro marítimo más antigua de que se tiene conocimiento. Le siguen a lo largo del siglo XVI las Ordenanzas de Burgos, Sevilla Bilbao. En 1570 la Ordenanza de Felipe II en Amberes regula por vez primera la supervisión del Estado sobre el negocio asegurador (Creación de La Comisaría de Seguros de Amberes).

A partir del siglo XVII Inglaterra se erige como nación dominante del comercio internacional y con ello pasa a ostentar el protagonismo en el desarrollo de la institución aseguradora. El incendio de Londres en 1666 obligó a replantear los sistemas de seguros de incendios, redactándose un nuevo seguro muy parecido al actual.

También en el seguro de vida se dan los pasos que lo afianzan en sus características modernas basadas en tablas de probabilidad y mortalidad. Se conoce que la primera póliza de vida que se emitió en Inglaterra data de 1583.

Si hablamos del seguro de vida, no podemos dejar de citar al napolitano Lorenzo Tonti, quien en el siglo XVIII propone un sistema (“método tintino”) consistente en reunir un grupo de personas de edad y circunstancias similares, en el que cada miembro del grupo aportaba un capital y percibía una renta vitalicia con los capitales de los miembros del grupo que iban falleciendo.

A finales del mismo siglo XVIII el Parlamento inglés promulga una ley que establece la obligatoriedad de la existencia de un interés asegurable para que el seguro de vida fuera válido.

Ya en los inicios de la revolución industrial, que supuso el desarrollo exponencial de las actividades económicas y también de la industria Aseguradora, Edward Lloyd decide transformar su taberna cerca del puerto de Londres en lo que acabó siendo el principal mercado de seguros, y que aún hoy en día continúa siendo uno de los centros neurálgicos de la contratación de seguros y reaseguros.

Y así llegamos a la actualidad en que el seguro está presente en toda actividad humana: bienes particulares, grandes riesgos industriales, responsabilidades que se derivan de los mismos, plataformas petrolíferas, grandes aviones de transporte, complejos seguros de vida, seguros de dependencia y un largo etcétera muestran como el seguro es algo indisociable de sociedad humana moderna.